Por Julio Peñaloza Bretel
Tiene potencia simbólica que lleve el mismo apellido que Diego, conquistador del Perú, descubridor de Chile, primer europeo en llegar a lo que hoy es Bolivia. Luis Almagro es en pleno siglo XXI el Virrey del Sistema Interamericano que funciona a través de la Organización de Estados Americanos (OEA), una especie de agencia multilateral digitada por el Departamento de Estado con sede en Washington, para administrar América Latina con los preceptos del neocolonialismo: expulsión de Cuba del organismo, golpes de Estado (Guatemala, 1954; Granada, 1983), injerencia persistente, apoyo a Inglaterra en la guerra de las Malvinas, silencio ante el golpe contra Hugo Chávez en Venezuela (2002), y en Bolivia, con el imperdonable aval del gobierno de Evo Morales, realización de una auditoría vinculante que no correspondía y que dio paso al gobierno de facto presidido por Jeanine Áñez con el argumento de fraude, palabra que no se incluye en el informe final intervencionista, repleto de inconsistencias técnicas.Hoy Colombia se desangra luego de una reforma tributaria de la que ha retrocedido su presidente, Iván Duque, gracias a masivas movilizaciones que ya han generado una veintena de muertos, 90 desapariciones y 800 heridos, asunto al que, fiel a su estilo, Almagro no se refiere: el silencio suele ser la mejor expresión de los agentes del orden mundial, esos que han hecho de sus responsabilidades funcionarias, prácticas tendenciosas en función de los intereses de quienes les abonan los suculentos salarios anuales que perciben.
Graduado en la maniobra política ejercitada durante por lo menos cuatro décadas, Luis Almagro era blanco y batllista (Partido Nacional, centro derecha) como él mismo se define, para más tarde desembarcar en el Frente Amplio uruguayo y convertirse en Canciller del gobierno de José Mujica. Ya Secretario General de la OEA el haber afirmado en 2018 que no se debía descartar una intervención militar en el conflicto Colombia-Venezuela, le valió la expulsión por unanimidad del Frente, en su breve y oportunista paso por la izquierda uruguaya. Y es que Almagro es eso, alguien que se acomoda con astucia para lograr sus objetivos como el de la reelección al cargo que ejerce en que los buenos están del lado que le conviene y en ese sentido Bolivia es el mejor ejemplo para graficarlo: condenó la repostulación de Evo Morales rechazando categóricamente el argumento del derecho humano para repetirse en la presidencia, para pocos meses después cambiar radicalmente el libreto y aterrizar en el Chapare donde afirmó sin sonrojarse que sería discriminatorio impedirle ser candidato al propio Evo, para nuevamente volver a la carga desde la vereda opuesta y convertirse en el principal artífice de la caída del prorroguista presidente boliviano, enviando a operar a su principal asesor, Paco Guerrero, quien movió los hilos de la misión de observadores para las elecciones de 2019, con la participación de una marioneta como el costarricense Manuel Gonzales Sanz que el 21 de octubre desde La Paz le puso la chapa de fraude a las elecciones realizadas un día antes, con el objetivo de voltear la silla presidencial.
Almagro era malo porque no quería la repostulación de Evo. Se convirtió cuando dijo aquí mismo, en tierras cocaleras, que no había que discriminarlo, porque buscaba el voto boliviano para su propia reelección al mando del organismo interamericano. Y ese mismo, sí, Almagro, Luis, Secretario General de la OEA, con toda la experiencia y el oficio que le dan sus años en el ejercicio de la función pública y el poder, liquidó la presidencia de Evo como principal agente externo de la defenestración con los cipayos de la política criolla, golpistas todos ellos, que se encargaron de completar la operación.
Almagro es un zorro de la política multilateral. Pillé una frase suya como hincha del Nacional de Montevideo, que bien puede aplicarse a cómo maneja su estar y no estar: “No hay nada como aparecer después de una victoria”.
No sabemos exactamente si el excanciller Diego Pary, el exministro de Justicia Héctor Arce, o los dos en coordinación, se dejaron llevar de las narices. Cometieron errores de principiantes cuando creyeron que la bendición del Virrey limpiaba cualquier obstáculo hacia la reelección del insustituible Evo. Así les fue. Pero mucho peor que eso: Así le fue al país entero que ingresó en una crisis de Estado que se prolongó por casi un año y costó casi 40 muertos, 200 heridos y 1.500 perseguidos-detenidos.
Con todo lo acontecido, con la experiencia que avala su ejercicio implacable, no deben quedar dudas de que Luis Almagro seguirá en la línea de abofetear a Bolivia. Como ha demostrado que lo puede hacer con toda la autosuficiencia que le permite su habilidad y pragmatismo.
Por: Julio Peñaloza Bretel